miércoles, 21 de agosto de 2013

Chocolatín


En Ranelagh todos duermen siesta en verano.
Nunca le encontré sentido, me aburre dormir.
Y tampoco este poema quiso desaparecer.

Me creé una amiga imaginaría, de mi edad.
Renovaba todas las tardes su nombre.
A veces la hacía llorar y la asustaba.

Sino cambiaba el color de sus ojos: de verde a gris.
En sus cachetes le hacía brillar pecas y separaba sus dientes.
Jugábamos a no hacer ruido y después cantábamos boleros.

Una tarde me pidió un favor en el oído.
Miramos los cuerpos apretados y absurdos de mis padres.
Encendimos todo el gas de la casa y salimos al terraplén, de la mano.

El viento de verano pegaba la ropa a los cuerpos.
Tenía un chocolatín derritiéndose en mi bolsillo. Reíamos.
Ahora ella tenía el pelo corto, era nene, de ojos rojos.

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