En Ranelagh todos duermen siesta en verano.
Nunca
le encontré sentido, me aburre dormir.
Y
tampoco este poema quiso desaparecer.
Me
creé una amiga imaginaría, de mi edad.
Renovaba
todas las tardes su nombre.
A
veces la hacía llorar y la asustaba.
Sino
cambiaba el color de sus ojos: de verde a gris.
En
sus cachetes le hacía brillar pecas y separaba sus dientes.
Jugábamos
a no hacer ruido y después cantábamos boleros.
Una
tarde me pidió un favor en el oído.
Miramos
los cuerpos apretados y absurdos de mis padres.
Encendimos todo el gas de la casa y salimos al terraplén, de la mano.
El
viento de verano pegaba la ropa a los cuerpos.
Tenía
un chocolatín derritiéndose en mi bolsillo. Reíamos.
Ahora
ella tenía el pelo corto, era nene, de ojos rojos.
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